dilluns, 25 de febrer del 2013

Extracte de Ar

Ar


La lluvia se había convertido en algo habitual desde que llegara allí. Frio y lluvia era lo único que tenía que ofrecer Ar al viajero cansado. Ar, la ciudad del eterno ocaso. La ciudad a la que solo puedes llegar cuando realmente te encuentras perdido.

[...]

Recordaba muy bien como había llegado allí [...] Se cansó de las ciudades y empezó a vagar entre aldeas. Con el tiempo también se aburrió de estos y decidió caminar por los campos y las montañas. Pasaron meses y una noche vio una casa a lo lejos. La casa al acercarse se convirtió en un barrio y el barrio en una ciudad. Cuando se dio cuenta estaba en medio de una floreciente metrópolis asediada por el agua de lluvia y el ajetreo urbano del que llevaba meses huyendo.

Cogió una calle y la siguió hasta el final pero nunca llegaba al final de la ciudad. Buscó mapas de la ciudad pero no encontró ninguno. Estaciones de autobús, trenes, taxis… preguntó a la gente pero solo había una respuesta en todos los sitios: había llegado a Ar  y estaba atrapado.

Con el tiempo había ido desgranando los entresijos de aquella ciudad. La mayoría de gente no recordaba cómo había llegado y los pocos que lo hacían solo podían hablar de la confusión de verse rodeados de repente de una ciudad que parecía aparecer de la nada y al mismo tiempo siempre haber estado allí. Depende de a quien le preguntaras la ciudad estaba en España, EE. UU o el Polo Norte. Cada uno de un lugar, cada uno distinto a los otros. Tan solo una cosa en común, estaban perdidos. 

A la larga, la gente olvidaba incluso aquello que le había hecho perderse y en ese momento empezaban a parecerse los unos a los otros, creando una masa gris en la que las caras y las personalidades se confundían. Aleph dedicaba cada día a recordar sus viajes, su partida y como había llegado a allí para no formar parte de aquella marea.

Descubrió que habían perdido todo sentimiento de propiedad y su hogar era simplemente el lugar donde querían descansar. Las puertas de los edificios nunca se cerraban con llaves y la gente dormitaba en lugares desconocidos con lujos desconocidos. Lo más parecido a un hogar era aquella habitación donde Isabella y él siempre se reencontraban cada Luz. No recordaba haber acordado aquello pero así sucedía y entre Luz y Luz vivía en la casa que le apeteciera ese día.

El tiempo era otro parámetro extraño en aquella ciudad. La gente era consciente de su paso pero la falta de sol hacía difícil determinar qué hora era, por lo que se basaban en un incierto calendario en el que habían desaparecido los días, sustituidos por periodos. Había un momento en que el cielo de Ar, dejaba pasar durante unos instantes una tenue luz y la eclipsaba casi al instante. Eso era una Luz, determinaba el final de un periodo y el inicio del siguiente. Este hecho era aleatorio y nunca se sabía cuándo iba a llegar.

 
Los conceptos de relación también variaban. Allí eran todos desconocidos pero desconocidos con necesidades sexuales. Las relaciones se iniciaban con un simple gesto  y terminaban en un orgasmo en una cama desconocida. Las únicas dos relaciones que mantenía a la manera del “Otro Mundo” (como lo llamaban los demás ciudadanos de Ar) eran las de Isabella y la de Chris.

[...]

Su trayecto a través del recorrido urbano fue igual de desagradable que siempre que se aventuraba a salir, los coches por doquier cada día conducían en una dirección constriñendo a los peatones en las pequeñas aceras que apenas permitían el pasó de dos personas. La marea de gente igual parecía siempre fluir en dirección contraria a la que él iba y se concentraba en evitar empujones y seguir avanzando. El ajetreo de las calles le resultaba estresante. Durante sus viajes se había acostumbrado a la soledad y a la introspección.

Cada vez le resultaba más complicado pensar y concentrarse en algo debido al incesante ruido de la calle y le costaba más recordar quien era y de donde venía.

El paisaje era poco menos que aburrido. Todos los edificios iguales, todas las caras iguales, día tras día todo igual. Todo gris.

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